sábado, octubre 20, 2007

EL ELOGIO A LA PALABRA

EL ELOGIO A LA PALABRA

El Nóbel de Literatura José Saramago visita a Bogotá en el marco de BOGOTÁ, CAPITAL MUNDIAL DEL LIBRO.

Con el comienzo del Siglo llegó Saramago al escenario del Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, un poco más robusto y rozagante que hoy, un quinquenio después, pero con el mismo humor y la misma energía que su hálito pontifical le ha permitido siempre.

Entonces como hoy, una de las salas más grandes de la ciudad se abarrotó para escuchar a una de las voces más lúcidas de la actualidad. Colombianos de todas las clases reconocen en este octogenario a una verdadera estrella del pensamiento moderno, libre y artístico.

Aquella vez me senté lo más cerca que pude del proscenio, y me propuse hacer una serie de fotografías mentales del autor de ENSAYO PARA LA CEGUERA, el libro que por entonces ocupaba mis días y mis noches, que se apoderaba de mis sentidos y que brillaría en mi mente como una revelación. Parecía increíble que aquel abuelito suave y gentil fuera el responsable de imágenes tan atronadoras, apabullantes y demoledoras.

Así es él y así lo demostró en esta noche fría de julio, varios años después, departiendo graciosamente con la escritora colombiana Laura Restrepo. Esta vez no pude ir a verlo. No compartí la mirada infantil y los sentidos despiertos de todo el auditorio. Me limité a verlo en una desangelada transmisión de televisión donde se le veía un poco más delgado, un poco más anciano, pero también un poco más tranquilo, un poco más sabio… un poco más inmortal.

Jugó con Laura Restrepo toda la charla. Se burló de su apasionamiento por las “frases rescatadas” de escritores de todos los tiempos, de las entrevistas hechas a Saramago en varios lugares del mundo, y de sus libros. “Si uno las mira bien, se da cuenta que son profundas. Pero de tanto repetirlas van perdiendo el brillo”, sostuvo. No sonrió ni una vez, como a veces sucede en sus libros, pero sí fue capaz de sacar varias risotadas al público.

Habló de la palabra en la literatura, de sus memorias, de su relación con los personajes, del papel de los libros en el mundo moderno, de religión (es una delicia escuchar la explicación de su ateísmo, ya mítico), de la importancia de hablar y escribir con corrección y, por supuesto, habló de política. El éxtasis. Como aquella vez en que estuve presente, sus sentencias contra la política internacional elevaron el calor de la sangre con la misma efectividad del brandy (perdón por la burda analogía), y alcanzó a sonrojarse por los aplausos que no cesaban. Nadie sabe explicarse por qué la verdad dicha en los labios de Saramago suena tan verdadera, tan cruda, tan necesaria, y sobre todo tan esperanzadora. Como si al salir de la sala el mundo fuera a cambiar de verdad.

Pocos intelectuales tienen el mismo efecto en el público colombiano cuando se habla de política. Noam Chomsky quizá lo iguale. Genera una sensación liberadora difícil de aguantar. “El día en que la tierra colombiana empiece a vomitar sus muertos, esto quizá pueda cambiar. dijo al preguntársele por la situación del país. No los vomitará materialmente, claro, sino en el sentido de que los muertos cuenten. Que vomiten sus muertos para que los vivos no hagan de cuenta que no está pasando nada.”. Tan crudo y tan cierto.

Se habló mucho de sus memorias. Saramago explicó la estratagema literaria que le permitió poner en la voz de un niño que no es él, las memorias de su propia infancia. Recordó a su abuela, una mujer ignorante de la amplitud del mundo pero sabia de la vida. Sólo aceptó una “frase rescatada”, dicha precisamente por ella: “El mundo es tan hermoso y tengo tanta tristeza por tener que irme.” Explicó que la dijo una noche estrellada, a sus ochenta y tantos años, sentada a la puerta de su casa en un pequeño pueblo portugués, luego de mirar el cielo por un rato y en silencio.

Y por ahí derecho dijo que no le tiene miedo a la muerte, que vive la vida cada día sin mayores preocupaciones sobre un futuro que, de todas formas, es inevitable. Dijo que después de tantas charlas, presentaciones y foros, se sentará a escribir. Que no sabe si será una novela o un cuento u otras memorias. Mientras escriba se enterará.

ERIK LEYTON ARIAS

Bogotá, 9 de julio de 2007